LA TRONCHA
Paternalismo, patronazgo, personalismo, clientelismo, basados en intercambios de favores o en relaciones de familia o de servicios, suelen extenderse de los pequeños conciliábulos, al manejo de los asuntos generales y en el ámbito provinciano, hacen, en tales o cuales lugares, descollar al patrón o cacique a veces con características de jefe mafioso; y, aunque en los últimos tiempos, haya desaparecido o esté en decadencia el viejo gamonal, acaso en algunos lugares, otros lo han reemplazado.
Es el mundo de la vara, la coima, la mordida, los ayayeros, lo patas, los compadres, los padrinos. Es el mundo que Abelardo Gamarra llamó muchos años atrás, en 1921, de los camaroneros, los expertos en la mamandurria, los que saben hacer guaraguas, los que practican la ranfuña, los que manejan la batuta o el pandero, los gallazos, los que hacen sentir su mascar en el gran charco nacional. No fue por casualidad que Juan de Arona incluyó en su Diccionario de Peruanismos la palabra "Troncha" y recordó que, treinta años antes de él, alguien estampó con letras de molde en el diario más leído de Lima estas palabras: "La Patria es la troncha". "¿Qué sería, -agrega cruelmente-, que sería de los tronchistas si se les quita el Perú?. Tendrían que vegetar en el extranjero como parias o, como los vimos vagar por las calles de Lima durante la ocupación extranjera, como los cómicos en cuaresma". Hasta aquí Juan de Arona.
Las anomalías antedichas se complementan con otras. Aquí puede ser oportuno aludir al cuello del botella de una república donde funcionan tradicionalmente dos dimensiones: la sociedad de consumo visible en las grandes ciudades, en algunas minas, en la industria modernizada o en las haciendas agroexportadoras; y la economía con escaso mercado interior, o de subsistencia en vastos sectores rurales de la sierra, y sin servicios básicos, algo que, a estas alturas de la historia en plena era de los televisores en colores, resulta un contrasentido. En esta última área sin duda, viven muy pocos contribuyentes a la hacienda pública y las capas modernizadas soportan el peso de los impuestos. Pero aún hay una tercera economía, una economía gris o clandestina donde pulula un comercio no detectado y ambulatorio seguramente muy productivo.