Sé que mis palabras están siendo transmitidas a lo largo y ancho del territorio nacional y que, por lo tanto, quizás las escuchan mis paisanos. A ellos me dirijo ahora. Recuerdo, primero, a los muertos heroicamente en episodios famosos u olvidados. Hablo, asimismo, a la gente de Tacna de hoy. A los agricultores que en cada madrugada efectúan el milagro de regar sus minúsculas y pródigas chacras con el agua escurridiza del liliputiense río Caplina. A los pioneros en la hazaña de extraer del subsuelo en la árida Yarada, el líquido elemento. A todos los que tienen sus tareas y obligaciones en aquella ciudad tan limpia y tan hermosa por sus flores y por sus recuerdos. A la Benemérita Sociedad de Artesanos de Auxilios Mutuos "El Porvenir", fundada en 1873 y aún activa. A los jóvenes, dos de los cuales me honraron, no hace muchas semanas, al izar juntos la bandera en el Paseo Cívico. A los intelectuales que, sin apoyo oficial, siguen impertérritos dirigiendo con brillo un movimiento quizás sin paralelo en el Perú de hoy. A los que dignamente representan allá a las instituciones tutelares del Estado.
En suma, pongo, con reverencia, en los brazos de mi tierra nativa el tesoro impalpable pero auténtico, espontáneo y pletórico de riqueza espiritual reunido aquí hoy. Y para esa tierra, cuando se cumplen 50 años en que el sacrificio de sus hombres, mujeres y niños contribuyó a que fuese reincorporada a la Patria, pido una máxima, permanente y cuidadosa preocupación, tanto en lo material como en los distintos niveles de la actividad cultural.
Del discurso en ocasión de recibir la Orden del Sol, enero de 1979.