LOS CAMBIOS
La conquista la hicieron los indios porque las divisiones entre ellos o su desconcierto, facilitaron grandemente la aventura de los agresores. La independencia la hicieron, sobre todo, hijos de españoles. A fines del siglo XVII, las clases dirigentes de los virreinatos y las audiencias, en especial los intelectuales, descubrieron que los principios en que se basaba su sociedad la condenaban a la inmovilidad y al atraso; optaron por ir a una doble ruptura: separarse de España y modernizar la América Indoespañola mediante la adopción de las ideas republicanas y democráticas venidas desde Europa y de Estados Unidos. Lograron la emancipación de la metrópoli; pero el ejercicio de los nuevos principios fue parcial o inoperante; y el Perú, como otras zonas del continente, esto ya lo sabemos todos, cambió sus leyes más no sus principales realidades sociales y económicas.
Después, y en medio de varias y gravísimas crisis, el Estado de la República Peruana se ha mantenido incólume. Ya cumplió su sesquicentenario. Algo más, a través del siglo XX, en él se refleja el fenómeno de un crecimiento enorme.
Recientemente el profesor estadounidense Ballard Campbell ha criticado los textos de enseñanza de historia de esa nación porque olvidan el pluralismo de la vida en las distintas regiones y porque no otorgan importancia al crecimiento del poder del Estado contemporáneo a través de diversas formas entre las que cabe destacar la política de servicios sociales y de acción gerencial.
Allá y aquí en muchos casos, sin que olvidemos las críticas de Hunneus, el Estado ha sido, a pesar de todas sus imperfecciones, agente de modernización; pero todavía no ha sido capaz entre nosotros, no obstante esfuerzos laudables, de modernizarse a sí mismo definitivamente. Sigue funcionando aquí como un híbrido de las modernas burocracias y del estado patrimonialista español de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Sostienen los politólogos que las bases características del consenso, factor esencial en los regímenes democráticas modernos, organizados alrededor de la ciudadanía, los partidos, las asociaciones profesionales, gremiales o cívicas de tipo nacional, regional o local, los sindicatos y los grupos de presión con acción interbalanceada, no han ofrecido la normalidad, o la salud, o la continuidad deseable.
Hemos tenido, y más de una vez en América Latina, características sólo formales o discontinuas en varias instituciones que debieron ser representativas. Esta realidad, visible con intermitencias podría recibir el nombre de cosmética y se puede desenmascarar el antagonismo que más de una vez, hubo entre los conceptos políticos y culturales sacros para las élites modernizantes de un lado; y, por otra parte, la naturaleza "premoderna" allá en el fondo de nuestras sociedades a las cuales ellos fueron transportados.